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El grito de la naturaleza como política de Estado. Por Ricardo Lorenzetti

Noticias de los últimos días: en Estados Unidos hay temperaturas de 30° C bajo cero; en Port August, Australia se vive con 46º C, hay incendios y mueren cientos de peces por deshidratación; en Brasil cedió la represa minera en Brumadinho sembrando destrucción y muerte; la NASA informó que el deterioro del glaciar Thwaites puede provocar un efecto devastador; en Argentina, hay inundaciones que afectan grandes superficies.

El grito de la naturaleza es cada vez más fuerte y abrumador.

Podemos elegir tener intereses y guardar silencio. Es lo que ocurre en las políticas públicas, porque hay dinero, o simplemente porque la ignorancia los lleva a la incomprensible pasión de discutir todos los días algo que genere un titular en los medios.

Podemos elegir tener ideales, y hablar, porque nuestra generación es la primera que puede destruir el planeta y la última que puede evitarlo. Es lo que habitualmente no ocurre, porque se piensa que no es redituable defender la naturaleza.

No queda mucho tiempo para la especulación ni espacio para la negligencia.

La naturaleza se basa en la diversidad, pero se está imponiendo la homogeneidad. El ser humano influye haciendo desaparecer numerosas especies de animales, vegetales y afectando fuertemente  los océanos, mares, atmósfera, glaciares y aguas submarinas. La diversidad se diluye en el paisaje, ya que las ciudades son cada vez más parecidas; en el consumo, ya que todos compran los mismos celulares o juegan a los mismos juegos, o gustan de las mismas series. Podemos decir que incluso en el pensamiento hay una monotonía cada vez más llamativa.

Existe un proceso muy potente encaminado hacia la homogeneidad que es lo contrario del mundo natural, basado en la diversidad, en la existencia de polos que se contraponen, donde existe una especie y su depredador, un equilibrio delicado que se va rompiendo.

La consecuencia es que la Naturaleza ha perdido capacidad de resiliencia, es decir, de mantener su propia identidad y el equilibrio del sistema se está quebrando. Por eso vemos tormentas y huracanes que sorprenden, inviernos helados, veranos agobiantes; todo va hacia los extremos. Hay sitios donde hay demasiada agua y se provocan inundaciones y hay otros en los que ya no alcanza para vivir. Por exceso o por defecto, vemos una alteración de la armonía natural.

El ser humano también es afectado, porque surgen nuevas enfermedades derivadas de nuestro modo de vida. Es suficiente con mirar los documentales sobre la crianza de peces, pollos, cerdos, carnes saturadas, agrotóxicos, para darse cuenta.

Frente a ello, llama la atención la pasividad de muchos gobiernos en las políticas ambientales. En Argentina, por ejemplo, más allá de la legislación y fallos judiciales, lo cierto es que el tema no está en la agenda, y el retroceso es innegable.

La excusa principal es que el cuidado del ambiente impide el desarrollo, lo cual demuestra más una falta de visión que una realidad.

Es cierto que hay muchas diferencias con los países desarrollados, todo está cambiando. Suele decirse que es como si en una carrera hubiera un accidente que hace que todos deban empezar de nuevo, y las ventajas disminuyen. Por eso, hacer mejor el automóvil que hizo Ford es difícil, pero cuando se trata de construir  un vehículo con energías renovables y no contaminantes, la distancia se acorta, todos pueden porque es algo nuevo, aparecen otras empresas en sitios distintos.

El mundo económico asiste a una nueva carrera, y es lamentable que muchos dirigentes sigan corriendo en la anterior.

Ha surgido una economía del posconsumo; el procesamiento de la basura en las ciudades, la reutilización de envases, la recuperación del agua consumida.  El turismo sustentable ofrece nuevas oportunidades. Los alimentos incorporan la idea de “vida sana”, “natural”, y la frontera entre alimento y fármaco se vuelve elusiva en muchos casos. La arquitectura está siendo completamente redimensionada en base a parámetros ambientales, y se construyen edificios sustentables que muestran un uso eficiente del agua y de la luz. Podríamos agregar los instrumentos financieros, tributarios, el uso de la inteligencia y la tecnología, todo lo cual abre un área extraordinaria.

Es posible vincular la naturaleza con el desarrollo, es posible proteger nuestros niños, darles un futuro, y evitar dejarles un mundo donde la vida va a ser insoportable.

Es por ello que es necesario transformar el grito de la naturaleza en una política de Estado enfocada en la protección ambiental, articulando el funcionamiento de la naturaleza, la economía y la sociedad.

Por suerte hay muchas personas que se organizan y luchan en organizaciones de todo tipo, con ideales, con pasión, intentando llenar el vacío que deja una gobernabilidad que sólo se concentra en el poder.